La palabra “crisis” está hoy en boca de todos, siempre acompañada de una lamentación. Pero hay que saber que toda crisis, ya sea económica o personal, no es más que una transición hacia un nuevo lugar. La buena noticia es que ese lugar puede ser mucho mejor.
Una crisis no es más que un momento de cambio, un tiempo en el que las viejas estructuras caen y en el que otras nuevas deben tomar su lugar. Pero suele ocurrir que, entre una cosa y otra, hay un tiempo de incertidumbre, un momento en el que parece que nos encontramos en punto muerto: un tiempo en el que lo viejo ya no es; y en el que lo nuevo aún no es. Puede que el mundo se encuentre ahora en uno de estos momentos y que la forma en la que estábamos acostumbrados a manejarnos haya dejado de funcionar. Tal vez lo que creíamos saber se haya transformado en ignorancia y todavía no hayamos encontrado nuevos modos ni nuevas ideas. Incluso puede que a veces nos parezca que estamos frente a un desafío demasiado grande, frente a un monstruo invencible que amenaza con devorarnos, pero muchas veces, sólo evolucionamos tras un virulento episodio de destrucción.
Si bien es cierto que estamos sumidos en una crisis económica mundial, no es menos cierto que asistimos a otra muy importante: la crisis de valores en la sociedad actual.
Nuestra sociedad tiende a uniformizar a los individuos para que sean piezas que encajen perfectamente en la gran maquinaria del consumismo. Su eslogan básico podría resumirse en “tanto tienes, tanto vales”, de ahí la orientación compulsiva hacia el “tener” y no hacia el “ser”. Esta mentalidad mercantilista basada en unos valores materialistas se ha demostrado caduca. Los viejos patrones basados en la acumulación y el poder, en la ley del más fuerte, necesitan dar paso a nuevos valores centrados en la cooperación, la solidaridad, el equilibrio y la importancia del ser. Así, a todos nos han preguntado en algún momento: “¿y tú… qué eres?” a lo que hemos contestado rápidamente con un “médico, albañil, comercial…” sin darnos cuenta de que estamos identificando nuestro ser con nuestra profesión. De este modo se entiende que cuando perdemos el empleo entra en crisis toda nuestra estructura personal. Parece que valoramos más lo que producimos o hacemos que lo que somos – lo que sentimos, la manera de sonreír que tenemos, la manera de cuidar a nuestros seres queridos….-
Si bien es cierto que la pérdida de empleo supone un fuerte impacto negativo, no es menos cierto que puede ser una oportunidad de desarrollo personal, de aprovechar la experiencia y la sabiduría acumuladas para reinventarnos profesionalmente y perseguir, así, nuestro verdadero sueño. Pero es importante distinguir sueños de fantasías. Para que un sueño sea realizable, debe cumplir tres requisitos: debe ser algo que podemos aprender a hacer, que nos haga felices y con lo que podamos ganarnos la vida. El camino no es sencillo, pero seguro que nos conduce a un gran tesoro. Como dijo alguna vez Henry Ford, “Si crees que puedes hacerlo, tienes razón. Si crees que no puedes hacerlo, tienes razón también”.
Amaia Perez